Les presento un artículo aparecido en el diario La Nación de Argentina el domingo 27 de agosto del 2006. En el mismo el periodista expresa su preocupac ión por la pérdida de conversación entre personas, acto que tal vez ha sido suplantado por nuevas formas digitales de comunicación.
Algo más que “chatear”
Andrew Graham-Yooll
Sinceramente, ¿recuerda usted cuándo disfrutó por última vez de una buena conversación? No se trata de un diálogo de negocios, de una reunión social donde se saluda a mucha gente, de un conventilleo entre vecinos, de un chusmerío en el conventillo, ni de esos encuentros fugaces que no exceden el intercambio superficial. Desde diversos sectores de la academia y de la ciencia se está denunciando la desaparición de la conversación. Estamos acostumbrados a ver a cuatro personas entrar en un restaurante y cada uno, en silencio, saca un telefonito del bolsillo del caballero o la cartera de la dama para jugar con teclas y botones en el celular. Hace unos diez años le echábamos la culpa del silencio de esos comensales a la televisión, dado que los contertulios se quedaban mirando embobados cualquier programa. Hace veinte años, esas cuatro personas se habrían reunido para hablar de los abruptos cambios de la inflación o de la estabilización de precios. Hace treinta años no se reunían por miedo a la represión del gobierno militar. Hace cuarenta lo hacían para idealizar una inminente revolución y hace cincuenta habrían hablado de proyectos políticos. A lo largo de medio siglo venimos corriendo el riesgo de quedarnos sin habla.
En mi adolescencia, y por razones de trabajo, aprendí a usar el código Morse para telegrafiar y recibir entre 20 y 25 palabras por minuto. Hoy, una comunicación por "mensajeame" lleva tan sólo abreviaciones extremas. La telegrafía de ayer parece ahora un exceso de locuacidad frente a lo que se llama "chatear", de la palabra inglesa chat, que en su traducción precelular significa "charlar". La charla no constituía una conversación, si bien llevaba implícito un momento de distensión con un diálogo liviano. Es decir, el "chat" de antes requería hablar. No se trata de criticar los cambios en las costumbres; sí, de lamentar la pérdida de uso del idioma.
Estas reflexiones surgen de la preocupación docente por el futuro de la redacción y su gramática, y también de la publicación en Estados Unidos de dos libros sobre la decadencia de la conversación. Uno es Conversación, historia de un arte que se pierde, de Stephen Miller, que editó la Universidad de Yale; el otro, La era de la conversación, de Benedetta Craveri, que publicó The New York Review of Books. Ambos libros concluyen que la buena conversación, algo situado entre el silencio y el monólogo aburrido, es hoy tema de nostalgias. La conversación debía fluir naturalmente, reflejando razonamiento, conocimiento (que no es lo mismo que información, obtenida por Google), humor y sensación de igualdad. El conversador hábil debía saber escuchar. Ahora, en la era de confesar lo personal sin inhibiciones, convertimos esto en relato desesperado, sin buscar retorno de quien escucha.
Estamos muy acostumbrados a la gente (léase, por ejemplo, políticos) que habla pero que no dialoga, y en la confusión nos encontramos ante la inminente extinción de lo que fue un ejercicio tan agradable como lejano: la buena conversación.
Fuente: "La Nación"
Link http://www.lanacion.com.ar/834628
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