domingo, febrero 08, 2009

Humor y reflexión: El Centro

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El Centro por Ricardo Vanella


Tiempo atrás, me encontraba en una pequeña ciudad; como no conocía bien las calles, necesitaba preguntar a alguien cómo dirigirme al centro. A esa hora no había prácticamente nadie dando vueltas; de pronto, ví a un señor de aspecto informado y me acerqué a preguntarle:

Buen día señor, ¿Me puede indicar cómo ir al centro, por favor?

El señor me respondió:¿Centro? En verdad, ¿Usted quiere ir a la derecha o a la izquierda?

En realidad deseo ir al centro, señor. ¿Puede usted indicarme por dónde? -volví a preguntar.

El hombre insistió:¿Quiere ir hacia arriba o hacia abajo?

Mire, yo quiero al centro -le dije.

¡Usted es un indefinido! -me respondió, seco-. Decídase ya y diga la verdad. ¿Por cuál lado en realidad desea usted ir?

Percibí cierta agresividad en su respuesta, pero no desistí y le dije: Disculpe, señor, yo sólo deseo ir al centro; dígame por favor cuál es el camino más correcto.

¡Mentira! -exclamó, con un tono de voz más bien alto-. ¡Usted no puede ir al centro y menos de manera tan correcta!

¿Por qué no? -pregunté.

Simplemente porque el centro no existe.

¿Ah, no? ¿Y qué es el punto equidistante de los demás en una circunferencia, por ejemplo? -repliqué.

Veo que usted es un elitista, esos de la clase alta que habla complicado, ofendiendo al probre pueblo oprimido, que no entiende ese lenguaje de ricos
-sentenció de manera solemne, como hablando a un público que no había, mientras se ponía la mano en el pecho.

Casi titubeando, hablé de nuevo. Pero… ¿Y el punto más lejano de los límites o de los extremos de cualquier cosa, acaso eso no es el centro?

¡Claro! -dijo, agitando los brazos-. Usted se desentiende de los otros, de la realidad; usted es de los cómodos de esa tibia clase media, que no toma partido”.

Me quedé un instante mirando el sudor que comenzaba a correr por su frente, y me animé a decir: Señor, me refiero a la zona donde se concentra la actividad comercial.

¡Capitalista salvaje! –profirió. ¡Ustedes sólo piensan en el comercio, en el dinero!

Pero no… -traté de explicarle-. Deseo ir al lugar más concurrido, donde se suele juntar la gente…

¡Ahá! ¡Usted es un comunista! Ahora entiendo bien. ¡Usted desea reunir a las masas, son de los que pretenden patear el tablero y quitarnos todo!

Pero yo sólo quiero ir a donde está la zona de mayor atracción, de mayor interés, donde la gente se pasea, se mira, se conoce -expliqué.

Entonces, usted es un lobbysta en búsqueda de reconocimiento. ¡Quiere que todo el mundo lo conozca y le rinda pleitesía, para luego sacar provecho quién sabe cómo!

Con voz calma, le manifesté: Me parece que usted no me entiende.

El hombre, abriendo al máximo sus ojos, me señaló con su índice. ¡Ha visto! ¡Se queja de que no lo entienden! ¡Usted es un marginal, deesos que pululan por allí, pudriendo todo!

Para usted, ¿el centro no existe? -le pregunté.

¡Es incomprensible e inadmisible! -respondió, con un aire muy suficiente.

¿Y el centro nervioso? -interrogué.

Se sonrió con la mitad de la boca y, levantando una ceja, me respondió: El nervioso es usted; por algo será… Debe ser que trae algo escondido.

¿Y un centro sanitario, un centro de diversiones? -argumenté.

¡Manipulador populista! -gimió, enardecido, salpicando unas gotitas de saliva.

Me quedé helado cuando apareció tan de repente la ambulancia y esos hombres de blanco lo tomaron por la fuerza y se lo llevaron.

Antes de que se marcharan, les pregunté: ¿Qué le sucede a este señor?

El que parecía estar a cargo del asunto, me indicó: Se lo conoce por su apodo; lo
llaman José “Etiqueta”, pues vive obsesionado por colocar etiquetas a la gente,
clasificándola. Se trata de una suerte de psicosis que sufre el pobre José. Le sirve para simplicar todo de manera extrema; así es mucho más fácil para él, casi ni tiene que pensar, los etiqueta y listo. Cuando no puede hacerlo, se desestabiliza terriblemente, pues excede su agotado modelo mental.

Al verlos alejarse, suspiré aliviado y caminé unos metros, donde encontré a otra persona; me alegré de poder hablar por fin con alguien cuerdo.

Con aire renovado y gentil, me acerqué y le pregunté:

Buen día. ¿Me puede indicar cómo ir al centro, por favor?

La persona se giró hacia mí, me miró con el seño fruncido y me dijo:

¿Centro? -Y agregó: ¿Pero usted, está a favor o en contra?

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